La Laguna del Diamante es una laguna ubicada a , en la provincia argentina de Mendoza, a unos 198 km de la capital provincial y a una altitud de 3.300 msnm. Situado a 11 kilómetros del límite con Chile.
Cubre un área de unos 14,1 km²,
con una profundidad máxima de 70 m y una media de 38,6 m, y un volumen
de unos 517.200.000 m³; su lecho es el cráter de un volcán extinto
abierto en el centro de una meseta de piedra basáltica rodeada de cerros de gran altura, de los cuales destaca el volcán Maipo, cuya base se encuentra a sólo 2.500 m al oeste de la margen de la laguna.
Es una de las fuentes de agua dulce más importantes de la provincia, y alimenta al río Diamante. La recuperación hídrica se debe a las aguas de deshielo procedentes de los glaciares de la zona, a las precipitaciones y a las aguas del arroyo El Gorro, que la alimenta.
Debe su nombre a la figura romboidal del volcán Maipo reflejado en
sus aguas; el paisaje, espléndido y agreste, fue descrito por Antoine de Saint-Exupéry en Viento, arena y estrellas.
Junto a la laguna se construyó, durante el segundo gobierno de Juan Domingo Perón, el Observatorio de Rayos Cósmicos dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo, un proyecto pionero de observación astronómica.
El sinuoso trayecto que lleva hasta la laguna del diamante invita al
visitante a recorrer desde la ruta provincial 101, por el puesto
Alvarado, Cruz Casa de Piedra, Vegas de los Avestruces, Vegas del
Yaucha, Pampa de los Paramillos y Pampa de la Laguna, donde se ubican
las lagunas Barrosa y Diamante.
San Carlos promociona a la Laguna del Diamante como su “joya turística” más preciada.
La Comuna local y la Dirección de Recursos Naturales Renovables
promueven el turismo –no sólo la pesca– y la preservación del medio
ambiente en ese paraíso montañoso.
Con una vasta historia, el río Diamante, que vierte sus aguas en la
laguna homónima, hasta la llegada de los españoles fue un límite natural
entre dos grupos aborígenes que habitaban la zona: los huarpes, al
norte, y los cazadores recolectores puelches chiquillanes, al sur. Las
actividades en común de estos pueblos originarios se centraban en la
caza del guanaco y del ganso de la cordillera.
En el verano utilizaban piedras volcánicas para secar la carne en
forma de charqui, con el objetivo de abastecerse para afrontar los
crudos inviernos.
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